En este final de Noviembre, comienzo de Diciembre, arranca también un nuevo año de la liturgia eclesial, un nuevo Adviento.
El Adviento es época de espera y de Esperanza. Hoy, esta virtud teologal, que en el pasado estaba como en segundo plano, tras la fe y la caridad, ha recuperado un rango fundamental. Hace años, en una época muy distinta de la actual, Charles Peguy hablaba de “la pequeña Esperanza…, la hermana más humilde, más alegre y más atrevida que arrastra a las otras dos”.
Hoy, en un “mundo roto” (G. Marcel), “apestado” (A. Camus), lacerado, herido y desilusionado, es preciso recuperar la Esperanza. Ese anhelo, ese deseo básico perteneciente a la estructura ontológica del ser humano.
El Adviento es, pues, una invitación a la Esperanza que concentra todos los intentos de búsqueda de sentido que el hombre ha emprendido desde que comenzó a serlo; desde que se hizo consciente de las últimas preguntas que inquietaban su corazón “inquietum est cor” (San Agustín) y que no podían ser respondidas desde las realidades que pueden ver y tocar.
Hoy, en plena pandemia, es la búsqueda de un hombre, cuyo desarrollo científico y tecnológico le ha llevado a desencantar tantas cosas, pero que muchas veces se siente interiormente vacío e impotente.
Ese hombre que habiendo proclamado hace un siglo la “muerte de Dios” (F. Nietzsche) y habiendo creado nuevos dioses que no llenan su corazón, vuelve a preguntarse ansiosamente sobre Dios, porque sin él es imposible fundamentar y se desmoronan los principios éticos que tanto necesita (Kant).
Adviento, una llamada al hombre de hoy, es Dios que nos busca, porque Dios sale siempre al encuentro del hombre. El sigue creyendo en el hombre, sigue creyendo en mí, a pesar de que tantas veces me olvido de él y le rechazo en mi vida. Cada año que celebramos ese Adviento que culmina en la Navidad, podemos afirmar que Dios sigue teniendo esperanza en los hombres, a pesar de nuestras guerras y de nuestras crueldades y violencias… Adviento es Dios que viene a nosotros con una luz de Esperanza, con una brisa limpia y fresca de ilusión; que puede hacer nacer nuevas ilusiones de nuestras cenizas de desesperanza.
Dios, ese Dios a quien el ser humano busca desde el fondo de su entraña, llama a nuestra puerta en este Adviento en Año jubilar.
“Dios a la vista” que decía Ortega y Gasset: es lo que celebramos en el Adviento, porque existe un camino, una brújula y una estela que nos conduce a la Palabra hecha carne, que nos va a manifestar un año más al Dios al que nadie ha visto jamás.
Jesús Yusta Sainz
Profesor Facultad de Teología